En este auto voy segura de todo lo que me acecha, no sé si es porque es invisible o porque yo lo soy. Quizás es porque lo conduzco lento o talvéz rápido, lo que es cierto es que dios y el diablo juegan a las canicas en el asiento trasero. Miro por el retrovisor y los veo mover sus dedos con destreza, al mismo tiempo que un "tic tac" gráfica el choque de las pequeñas bolas de cristal en el rojo asiento de cuero. El esquema es intranquilo, siento que, no importando cuál de los dos llegue a ganar, algo tendré que sacrificar con el fin de ser chofer del destino. La gasolina comienza a escasear, creo que el juego será un poco más largo de lo que esperaba. Las uñas me han crecido un poco, cosa inexplicable si se considera que ayer las corté. Pienso en que, cualquiera sea el sacrificio que me espere, el juego debe acabar pronto pues debo regresar a casa a alimentar a mi familia. Me detengo a cargar el tanque y a comprar unos cigarrillos, sí, soy una adicta a estos cilindros nicotino
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